63. Reflexiones durante el camino.
Cuando le refrendaron, varias veces, su ímpetu en beberse
las tardes declinantes, su vicio por dibujar con palabras altas y orondas los
deleites de los encuentros con las personas amadas, cuando le señalaron el
camino de la contención y la monotonía de los tonos grises.
Cuando las miradas la invitaron a detenerse en las
primeras esquinas, a no continuar abrazando con avaricia el momento, a ser
otra, tan distinta, optó por el suicidio.
Desde entonces, cada amanecer, al levantarse, aplasta con
fuerza los labios contra el espejo del baño, los ojos cerrados y repitiendo
varias veces, como una rendida letanía, el cambio.
Y nada fue ya igual.
Al principio notó extrañeza en los prudentes. Pero se
acostumbraron pronto.
Nadie la echó de menos.
A la muerta.
Haro, menos tú, tú me miras cuando hablo, inclinas la
cabeza cuando me ves lejana y sonríes, que lo he visto, cuando bailo en las
paredes.
Del libro Haro y yo.
ResponderEliminarAnónimo4 de marzo de 2015, 5:13
Pinocho fué una invención de Carlo Collodi. Madera con vida. Reía. Lloraba. Sentía... Un trozo de árbol. Murió. Pero nació un niño. El pudo. Lo resucitan miles de lectores cada día. Se le recuerda. Se le quiere.
El cambio, a veces es bueno. El de tu historia, no. Dile a tu personaje que siga abrazando momentos, Los buenos. Que adquiera hábitos de cambio. Que ame. Que viva. Que se mire en el espejo de los que le quieren. Pero que no empañe con su vaho la transparencia. Dile también que tiene amigos.
Misión cumplida, M,C., en todos los sentidos.
EliminarIntentará no empañar nada. Ya te diré si lo consigue.
Besotes transparentes.