74. Domingo loco.
Mientras me tomo un café minúsculo, abro, con la ilusión
de la primera vez, un nuevo libro.
Enciendo un par de tres o cuatro velas y me acomodo un
cojín bajo la espalda.
Pero la música que, suavemente, rellena los rincones del
silencio, nos sorprende con “La balada de un loco” de Astor Piazzolla y Haro
enloquece.
Es su preferida.
Con una mirada me conmina a dejar el libro y a bailar con
él el tango.
Y ahí nos ves, danzando por el salón, abrazaditos los
dos, con los ojos cerrados, a la luz de las temblonas velas:
“Quereme así,
piantao, piantao, piantao…
trepate a esta
ternura de locos que hay en mí
ponete esta peluca
de alondras ¡y volá!
¡volá conmigo ya!
¡vení, volá, vení!
Cuatro minutos
después, apago la magia y continúo leyendo.
Haro se ovilla tras un suspiro y se duerme.
“Loco, loco,
loco…”
Os deseo un domingo bien bailao, bien abrazao, bien apretao, bien loco.
Me he quedado muda Beso para Haro.
ResponderEliminarSe lo daré. Es lo que más hago durante el día, comérmelo a besos. Otro para tí, escritora.
EliminarDomingo loco. ¡Quien lo pillara! Si me cuentas donde suceden esos domingos, me apunto. Porque un Haro compartido, ya no sería lo mismo.
ResponderEliminarMC
Sabes que Haro tiene ternura para dar y tomar. El domingo loco nos lo debemos. A ver si es pronto. Un abrazote.
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