Sábado arrebatao.
Tenía una cita con mi amiga argentina.
Sin amiga.
Últimamente ya veis que hago viajes sin hacerlos, caminos de Santiago desde mi sillón amarillo y encuentros con mi argentina sin respirarla ni poder sentir su abrazo.
Estoy en esa etapa.
Éterea y silente. Desubicada.
Pues que dejé a Haro en buenas manos y me fui a recorrer los madriles. En un hotel lejano de la calle Alcalá, mi amiga, en una breve escala de su vuelta al mundo, me había dejado unos regalitos en la recepción.
A la vuelta, La Quinta de los molinos mantenía los enormes portones abiertos de par en par. Como invitando.
Y pasé.
Y detuve el tiempo lo suficiente para recrearme, vagar por sus veredas y regalar a mi nariz olores de fiesta.
Bienvenida regia entre plátanos y almendros.
Molino americano.
Le conté todo lo visto a Haro durante el largo paseo que nos dimos más tarde. Le tuve que prometer llevarle allí algún día.
Le gustará mear en la Quinta.
Y por la tarde, en la sede cultural de Castilla- La Mancha, en mi Leganés, donde sabéis que podéis encontrarme casi a todas horas y donde estoy tan agustito, las socias y socios llevaron, en su fiesta de los platos, viandas de la tierra, creaciones propias, postres finamente elaborados y curiosidades gastronómicas, amén de una excelente sangría y buena música para el remate.
Hubo buen apetito y felicitaciones.
Hubo ofrecimiento de las orgullosas cocineras y reposteras y alabanzas por el buen tino de los manjares.
Hubo abundancia, sorteo y premio.
Buen rollo.
Brindis por el futuro.
Encuentro de amigas y foto.
Bromas de la directiva.
Amor.
Más amor.
Nuestra pareja de baile.
Un descanso antes de comenzar el baile.
Le chevalier et moi.
Y ya avanzada la tarde, cuasi noche, César amenizó el ambiente y, con su cortesía habitual, deleitó a las parejas de la sede con la música que le pidieron.
Cesáreo Martínez.
También le conté esto a Haro durante el paseo de la noche. Pero no le prometí nada.
Por si las moscas.
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