jueves, 19 de mayo de 2016

Fin de un viaje que nunca comenzó. Guardo el cuaderno y las botas limpias.

Viaje a ninguna parte. 

Aún les quedan a mis amigos un par de jornadas.
Va todo bien, están contentos y me envían miles de fotos.
Que se acuerdan de mí, me dicen.
Lo sé. Y yo de ellos.


Han sido seis años, seis caminos, seis semanas de una convivencia especial los que hemos compartido.
Este año era la última, la llegada al más allá. A los confines de la tierra. Íbamos a tocar el kilómetro 0 del camino.
Cerrar el círculo.
Y ya que, a última hora,  no pude acompañarles por esos giros que toma la vida sin pedir explicaciones y, en un arranque de impotencia y decepción, me propuse hacerlo desde mi casa; dejaba volar la imaginación y las teclas del portátil, para consumar, terca, mi camino.
Con ellos. A la par de ellos.
Oliéndolos, oyéndoles hablar, cansándome, manchándome las botas y escuchando sus respiraciones en la noche del albergue.

Aún les quedan a mis amigos un par de jornadas.

Pero yo lo dejo aquí.
No voy a seguir.
Mis botas, que reposan, limpias, delante de la mochila que preparé, me han hecho ver, de pronto, que no debo continuar la fábula. Que desista.
Que todo ha sido un naufragio. Quizá por la niebla.
Que no voy a tocar el kilómetro 0.
Que no amusgaré los ojos con la puesta de sol en Fisterra.
Que espere a mis amigos para que me cuenten.
Que me cuenten.
Que ya vendrán otros faros en los que apoyarme. Otras rutas.
Que la oportunidad nace cada día.
Que los tengo a ellos.



"O que converte a vida nunha bendición non é facer o que nos gusta, senón que nos guste o que facemos" (GOETHE)



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