HISTORIA DE MI EXISTENCIA
Por Pilila Fernández de de Blas.
No sé si os he dicho que todos los capítulos de mi excesiva vida se los doy a leer a la sobrina de mi vecina Toñy. Se llama Asiole y es portera de un edificio de la calle Jorge Juan y viene aquí un par de veces en semana para cuidar de su tía viuda, la Toñy, que vive en el bajo, en un local convertido en vivienda.
Hoy viene, así que me voy a dar prisa en acabar este capítulo para dárselo antes que se vaya. Así ella, que es una portera culta, me los corrige.
Capítulo cuatro.
"Os decía que mi Nicolás y yo nos pusimos
a la tarea de engendrar un hijo desde la primera noche de nuestro feliz
matrimonio, porque, aparte de que a él le gustan mucho los enanos, yo no estaba
para perder el tiempo, a mi edad ya era una primípara añosa, tal y como me
definiría más tarde el médico al que acudimos en busca de ayuda, ante la falta
de novedades.
A pesar de hacer uso del matrimonio
todos los sábados y los domingos dos veces, pasaron seis meses más o menos sin
novedad en el frente, como diría mi padre.
El mal humor de mi Nicolás iba in
crescendo, o sea aumentando, porque, según parece, en el trabajo todos los días, sin excepción,
le preguntaban por su paternidad y daros cuenta hasta que punto llegó su
obsesión por el tema, que, aprovechando unos días libres, y por recomendación
de un compañero gallego, nos fuimos a Galicia para que yo me pudiera bañar en
la playa de la Lanzada, que, según dijo el compañero gallego de los cojones, era
infalible para quedarse preñada.
Y allí nos fuimos, que yo, cada vez que,
en pleno mes de Marzo que era, me metía en el agua, se me bloqueaban de golpe
todos los instintos maternales que
pudiera tener, que dicho sea de paso no eran muchos, y luego el castañeteo de
dientes que me entraba, me impedía totalmente realizar el coito.
En esas estábamos mientras se iba
acercando inexorablemente el primer aniversario de boda, y una noche del mes de
Julio, mi marido llegó cabizbajo y cariacontecido o taciturno mismamente y me
espetó nada más cerrar la puerta y dejar las llaves y la tartera encima de la
entradita art-decó, me dijo, digo, que ya sabía el motivo por el que no me
quedaba en estado de buena esperanza. Parece ser que, en la tertulia que tenían
en el trabajo después de comer, le habían preguntado si yo chillaba durante el
acto matrimonial; mi Nicolás se quedó a cuadros, porque servidora en esas lides
es de natural parca y no dice ni mú, que ya tengo bastante con pensar en que no
se me olvide comprar el papel higiénico, por ejemplo, o si he puesto o no los
garbanzos en remojo.
Y me venía muy bravo diciendo que ya
podría él poner todo el empeño del mundo en embarazarme, si yo no cooperaba.
Así que esa misma noche, aunque no era
sábado, lo intentamos de nuevo y yo tras venirme de golpe a la memoria los
chillidos de los guarros que mi madre mataba en el pueblo en la época gloriosa
de la matanza, grité todo lo que mis pulmones y garganta dieron de sí, durante
el medio minuto que mi Nicolás cumplía,
ya que me parece que no he mencionado que mi esposo disponía de eyaculación
precoz, según nos informó un sexólogo años más tarde.
Se me han acabado las cuartillas y, con
la excusa esta vez de pedir un ajo para hacer un gazpacho, le he podido
sustraer un buen manojo de folios a la Lupe, que, por cierto me he fijado que
tiene los ojos como riñones la pobre de tanto estudiar, que como digo yo, que
eso no es vida, total para luego acabar pegando rodilleras en los vaqueros de
los niños, o limpiando las gotas de pis
que dejan en la taza los pichas flojas de turno.
Con este montón de cuartillas ya tengo
para un par de tres o cuatro capítulos, aunque me parece que se me ha ido la mano, la próxima vez
creo que bajaré a la tienda de los chinos a por ellas, al fin y al cabo este
oficio de escritora lleva consigo algunos gastos implícitos".
He bajado a darle el escrito a Asiole, hija qué gusto de mujer, tan tranquila, tan culta, tan bien hablada. Me dice que no vuelve a ver a su tía hasta la semana que viene. Le he dicho que tranquila, que no corre prisa.
No me acordaba que me dejé unos huevos a cocer, se ha consumido el agua y se ha puesto negro el cacillo.
Madre del amor hermoso.
*Mujeres leyendo, de Picasso.
He bajado a darle el escrito a Asiole, hija qué gusto de mujer, tan tranquila, tan culta, tan bien hablada. Me dice que no vuelve a ver a su tía hasta la semana que viene. Le he dicho que tranquila, que no corre prisa.
No me acordaba que me dejé unos huevos a cocer, se ha consumido el agua y se ha puesto negro el cacillo.
Madre del amor hermoso.
*Mujeres leyendo, de Picasso.
Hola. Lo siento, seré pesada, pero es tan bueno, simpático, coloquial. Decidido, éste debe ser tu próximo libro. Un abrazo para las tres en una.
ResponderEliminarPilila se pondrá muy contenta cuando se lo diga. Un abrazo de su parte.
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