Capítulo nueve.
He dejado por un momento de escribir,
porque en la calle se han puesto a tocar Paquito el chocolatero y yo, cada vez que se instalan los gitanos con el organillo
a tocar esos pasodobles, es que parece que me dan cuerda, dejo automáticamente
lo que esté haciendo y me pongo a bailar como una posesa. Cierro los ojos y
giro y giro por la casa, por el pasillo, con los brazos estirados a lo alto, todo lo que
puedo, las manos entrelazadas detrás de una nuca imaginaria, de un hombre imaginario, morenazo y alto y, llega un momento en que me visualizo en una gran sala, con tres o
cuatro lámparas de araña iluminando el circulo que formamos él y yo, mi vestido
flotando al aire y los doscientos o cuatrocientos asistentes al baile
mirándonos embobados y aplaudiendo cuando terminamos. Ya sé que el pasodoble
que estoy escuchando hoy mismamente en la calle o el de otros días no es
propicio para esta clase de ensueños, pero los sueños, son sueños y sueños son,
como dijo aquel poeta.
Os decía que los domingos por la mañana vamos al bar
de Luis a tomar el vermut. Y también los domingos mi Nicolás, no recuerdo cómo comenzó todo, cogió la costumbre de llevarme el
desayuno a la cama, yo, la verdad, me
costó un poco al principio esa mariconada, pero luego constaté que me daba
gustirrinín y me dejé hacer, que he visto que tanto sacrificio de las mujeres
para con los hombres, tanta atención, para que al final pase lo que pasa; así
que los domingos, chica, yo despatarrada en la cama, sujetando la bandeja con
las rodillas y sorbiendo el café tan ricamente con los ojos cerraícos. Incluso hay domingos en que,
al pasar por el salón, debe de darle una inspiración y coge una rosa de plástico
del jarrón y me la coloca en oblicuo en la bandeja, como Arguiñano con el
perejil, pues igual.
Luego, se va a comprar el Marca y yo me
lío con el cocido y a recoger la casa, y a las dos más o menos, me llama al
telefonillo con el toque personal de él mismo, pero que creo que es el toque
personal de todo el mundo varonil: pi, pi,… pipiripi,… pipiripipi pipi.
Y yo bajo, arregladita, a tomar el
vermut.
Luis, el dueño del bar tiene una gata,
se llama Gilda y ni un domingo, fijaos bien, ni un solo domingo se puede decir
que no nos regala, a todos los parroquianos, con la visión de los genitales de su niña, como llama a esa
cosa jaspeada, gorda y con mala leche que se pasea por el bar como si tal
cosa; la jodía gata se le sienta a un parroquiano en las rodillas, o se ovilla tan
pancha entre los tacones de alguna
clienta y, de repente, como una exhalación, sale el Luis, arrebatao, agarra a la gata y
le suelta a cualquiera, al que esté más cerca en ese momento, acercando el culo
de la felina a la cara del interfecto: Mira, mira que coño tiene mi gata! Que
la verdad, yo creo que no son formas.
Dioni, la mujer de Luis, encajonada en esa ventanilla cuadrada que comunica con
la cocina, no dice nunca ni mu. Allí la
veo siempre, solo la cabecilla y parte del nudo del delantal, de derecha a
izquierda, de izquierda a derecha, un busto mudo e inmutable, que yo,
observadora nata, mientras me tomo mi cervecita pienso que se parece a esos
patitos blancos o amarillos que se van
deslizando por un raíl en las casetas de las ferias, tan obedientes, en fila, esperando que les tumben de un bolazo escupido por una escopeta disparada por
el novio de turno, para conseguir el peluche gigante a su chica, y a ver si esa
noche pilla.
¡Una de gallinejas, Dioni!
¡Marchando unos zarajos, Dioni!
¡Dos de bravas, Dioni!
Le tiene el nombre gastao.
Le va bien el negocio a Luis, los
domingos sobre todo, el suelo del bar presenta una capa gorda y espesa, como
una argamasa formada a conciencia por los estratos de los residuos de todos los
días de la semana, desde el martes al domingo: serrín, huesos de aceitunas,
palillos, cabezas de gambas fosilizadas, trozos de servilletas, etc, etc, todo
junto y además revuelto, hasta el lunes, que es el día en que
descansan Luis, Dioni y los genitales de
la gata.
Se cierra por descanso del personal, reza un cartel en el cierre metálico de la puerta, pero ese día lo deben de pasar teta raspando el suelo del establecimiento, si no es que tienen que llamar directamente a los bomberos.
Por lo demás, bien, hay que reconocer, para ser justos, que con las cañas el Luis pone buenos aperitivos, no se corta un pelo, hasta el punto que, algunos domingos, ni el Nico ni yo nos comemos el cocido.
Se cierra por descanso del personal, reza un cartel en el cierre metálico de la puerta, pero ese día lo deben de pasar teta raspando el suelo del establecimiento, si no es que tienen que llamar directamente a los bomberos.
Por lo demás, bien, hay que reconocer, para ser justos, que con las cañas el Luis pone buenos aperitivos, no se corta un pelo, hasta el punto que, algunos domingos, ni el Nico ni yo nos comemos el cocido.
En el 3º B que es el piso que se ubica encima justo
del nuestro, hará más o menos un año que se mudó una parejita de recién
casados; como trabajan los dos, casi nunca los veo, he mirado sus nombres en el
buzón, se llaman Enrique y Victoria.
De ellos, por la coyuntura que os acabo
de mencionar, no tengo nada que decir. Algunas noches, en el silencio de la ídem, me quedo sin respirar para ver si escucho jadeos o algo por el estilo,
dado lo reciente de su unión, pero por el momento no he tenido resultados
positivos, también es verdad que las posibles ondas del sonido se ven interceptadas por los ronquidos de mi querido esposo, que por mucho que, en mis
momentos de espía, le de con el codo repetidas veces, no logro que mengüen en
intensidad.
A veces le dan apneas, a mi Nicolás digo, que es una cosa
que es que se queda un instante con el corazón como parado, me lo dijo el
médico y dijo también que podía ser peligroso a largo plazo si tenias muchas
apneas de ésas. Yo, cuando se queda así, como traspuesto y en silencio, chica como que disfruto de ese instante de paz y cuento, cuento uno, dos, tres,
cuatro, cinco, y ya, cuando voy llegando al diez, me acojono y le doy un codazo
para que reviva, porque sería muy fuerte que se quedara en una de ésas y yo
contando tan pancha hasta el alba.
Hoy me he extendido más de la cuenta. Se me ha echado la tarde encima y los boquerones sin freír.
Creo que voy a fingir un dolor de cabeza y unos vértigos. No tengo ganas de entrar en la cocina.
Que coma lo que pille por ahí. Oye, que no se puede estar en misa y repicando.
Veo señora que tiene la semana completita. Entre tender la ropa con arte, cocinar su cocidito, mirar a "la niña de Luis" mientras toma un aperitivo y escuchar el trajín de los vecinos, creo que no se aburre. Vigile la apnea, cualquier noche le da un susto. Buen día.
ResponderEliminarPues qué quiere que le diga, a mi lo de la apnea me toca mucho las narices, pero bueno, todo tiene su parte positiva, así me puedo permitir el lujo de darle un codazo de vez en cuando. Un beso querida.
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