Capítulo cinco.
"Han vuelto a visitarme los siameses de
Jehová, me huelo que esperando verme otra vez con las tetas distraídas, lo digo
por la cara de desilusión que se les ha quedado al encontrarme con mi sudadera
de Mc Donald´s especial para escribir memorias, y se han limitado a entregarme
las revistillas sin hablarme del Juicio Final ni de nada, y yo, que soy más bien
rápida de ideas, he pensado al momento lo bien que me iban a venir las revistas
para forrar el suelo de la cocina por la noche cuando fría las sardinas y así
evitar las salpicaduras del aceite.
Pues pasaron los años y mi cuerpo no
engendraba el esperado heredero; mi Nicolás veía que su apellido (de Blas) acababa con él
y se le iba poniendo el humor cada vez más agrio y desagradable, como
desagradable fue cuando le comuniqué un buen día que no me había bajado la
regla y él, ni corto ni perezoso, le comentó mi embarazo hasta al alcalde de
Parla, para que luego el médico nos dijera, eso sí, con muy buenas palabras y
mucho tacto, que lo que pasaba era que me había venido la menopausia.
Fue tal su rebote que estuvo a punto de
romper el vínculo matrimonial, me quería repudiar y todo, como hizo el sha de
Persia con la Soraya, hasta que se le ocurrió la idea de adoptar un niño, me
dijo que ésa sería la solución para salvar nuestra unión y a mí me pareció
bien, hasta que me aclaró que además le gustaría que fuera saharaui, para hacer
el acto más exótico y dejar boquiabiertos a sus compañeros del curro.
A la que dejó boquiabierta fue a mí, que
nunca me llamaron la atención las extravagancias.
Las vicisitudes que se produjeron con su
obsesión de adoptar el bebé saharaui y el descubrimiento fatídico y letal por
mi parte de una relación extramarital y tumultuosa del Nicolás, las dejaré para
más adelante, porque son casi las diez, está a punto de llegar y las
sardinas me están esperando para que les meta mano.
Recojo el tenderete de escritora de la
mesa de la cocina y la dejo expedita para colocar el hule de cuadros para la cena.
Mañana será otro día".
P.D. Son las dos de la mañana y no tengo ganas de dormir. Mi Nicolás está roncando tan ricamente y yo estoy poeta. Me están saliendo versos como churros. Estoy asustada. Se los enseñaré a Asiole cuando venga para que los vea. Dios mio, pero cómo he tardado tanto en darme cuenta de que soy una artista.
*Cabeza de mujer llorando con pañuelo, Picasso.
Nunca es tarde si la dicha es buena. Y ser artista es muy bueno. Pilila, siga escribiendo esos poemas y todos los que le vengan. Sepa que no caen en saco roto. Un abrazo.
ResponderEliminarEl marrón es para Asiole que, sin comerlo ni beberlo, se ha convertido en crítica de la obra. Un abrazo, paciente lectora.
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