114. Un verano. Una noche. Una pasión.
La llamaban La Chata.
No hacía referencia el mote a su persona.
Le venía heredado de sus mayores.
Se fue una temporada a la capital y regresó con una hija.
Desde entonces vivió algo recluida y escarniada, con
miradas oblicuas, en cuanto pisaba las calles.
Un día llegó al pueblo un grupo de hombres para trabajar
el verano.
Y la Chata se enamoró de uno de ellos, cuando se
encontraron una tarde en la fuente de piedra de la plaza.
Y se veían a diario, cuando las primeras sombras de la
noche encubrían sus ansias.
Dicen que ella le propuso quedarse y formalizar la
relación.
Dicen que a él, la niña, algo retrasada y un poco huraña, le refrenaba el ánimo.
Cuentan que la Chata estaba loca por el hombre.
Y, las mujeres del pueblo, se santiguan, cuando recuerdan la tarde que vieron alejarse por el camino de las huertas a madre e hija y cómo volvió la Chata, con la mirada huida y los bajos de su falda culpables de sangre.
Imagen tomada de la red.
Amigos, que vuestras pasiones se deslicen por toboganes más sosegados.
Os deseo un viernes de catálogo.
No hay que enamorarse perdidamente, corremos el riesgo de perdernos. Te deseo un día espléndido. Un abrazo.
ResponderEliminarEl día, espléndido y poético, lo tendremos hoy ambas. Hasta luego. Otro abrazo.
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