"Yo también, aunque no lo
busqué, ni pensé nunca que existiera, conocí el amor. Ése con mayúsculas, ése
que se esconde receloso, que no se prodiga en demasía, ése que sólo algunos
afortunados, tocados por su displicencia, gozan de su júbilo, de su luz. Y les toca estarle eternamente agradecidos
por ello.
Fue en Tours, sentada en una
terracita en la plaza de Plumereau, muerta de frío y saboreando lentamente una
copa de Calvados.
A pesar de lo desapacible del
día las terrazas estaban llenas de gente, incluso, en la mesa contigua a la
mía, conversaba una pareja joven con un bebé dentro de su cochecito y un niño
de unos tres años correteando a su alrededor.
Pensé en España, donde las
terrazas desaparecen en cuando se levanta una brisa ligera, donde las abandonan
apenas el otoño se asoma por las esquinas.
Era Febrero y entre las mesas
se elevaban unas estufas con las que los dueños de los cafés pretendían
mantener a raya al frío.
Todos nos escondíamos dentro
de los abrigos, con la parte visible de la cara enrojecida y frotando con
energía las manos entumecidas, pero seguíamos allí, conversando, bebiendo y
rodeados de esas casas con entramados de
madera y color, tan típicas del corazón del viejo Tours.
Levanté la cara al frío y
cerré los ojos.
Se me cayó el foulard con el que
intentaba protegerme el cuello.
Al abrir los ojos le vi. En las manos, mi pañuelo, ofreciéndomelo como
si me invitara a bailar una melodía imaginaria.
Me preguntó si podía sentarse,
eso entendí por sus dedos extendidos hacia una silla, mi francés era bastante penoso y asentí antes
incluso de volver a ponerme el pañuelo alrededor del cuello.
Pidió al camarero lo mismo que
yo estaba tomando y se presentó.
Se llamaba André.
Aún hoy no me explico cómo
logramos mantener una conversación que duró todo lo que quedaba de tarde.
Cuando me dejó en la puerta de mi casa en la rue Marceau eran más de las doce.
Como en el cuento".
Feliz año amigos. Con el cuerpo algo perjudicado, entreteniendo la mañana primera de este recorrido que nos espera con un café, repaso esa novela que tengo aparcada ya demasiado tiempo. Doy palos de ciego, tonteo. Creo que no es el mejor momento.
No sé qué hacer con André, si comérmelo a la siguiente cita o dejar que corra el aire. Que luego pasa lo que pasa.
Que hoy y el resto de los días, queridos amigos y amigas, vuestra vida sea una novela.
Pero bien narrada.
Pura vida.
Pues ya ves, el amor existía, existe y espero que este año no se haga el loco y camine desbocado por apartados incontrolados e inalcanzables. Que nuestra Pura Vida esté cargada de él y escribir una novela que nos lleve al Paraíso. Saluda a Andre au revoir.
ResponderEliminarEn cuanto le vea le doy tu saludo. Pero es que la pereza me vence. Justo lo contrario de lo que os digo a vosotras. Un beso grande.
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