Hola
Eusebio.
Felicidades.
Hoy
hubieras cumplido 78 años. Yo los cumplo, ya lo sabes, la semana que viene.
Somos
de la misma quinta, como solías decir a menudo.
Hacía
mucho tiempo que no venía al cementerio, pero es que he estado muy ocupada y,
además, quería traerte, cuando viniera,
esta carta como regalo de cumpleaños y como despedida.
No
pienso venir mas, ya me traerán cuando llegue mi hora, aunque eso sí, no me
esperes, no dormiremos juntos el sueño eterno, ya me he procurado otro apartamento para descansar. No me
dejaste tener una buena vida, y mucho me temo que tampoco me dejaras tranquila
en la muerte.
¿Te
has fijado en la carta? La he escrito yo.
Hace
tres años me apunté a un curso de alfabetización de viejos, y ya ves, ya sé
escribir.
Ya
no soy una burra ni una analfabeta, como me llamabas; aunque quiero que tengas
una cosa clara, nunca he sido burra ni analfabeta aunque no pude ir a la
escuela.
He
sido, tú lo sabías Eusebio, una mujer valiente, decidida y guapa; sí, basta ya
de modestia, he sido guapa, buena madre y, créeme, mejor esposa.
Podíamos
haber sido muy felices. Teníamos tres hijos maravillosos y nunca nos faltó el
dinero, lo justo, pero debido a mi buena administración, suficiente.
¿Qué
me ves muy soberbia? ¿Y qué, me vas a pegar?
Ya
no puedes, me has maltratado durante muchos años, demasiados, prácticamente
desde el primer día de nuestro matrimonio, y lo que más siento es que yo lo
veía casi normal.
Y
callaba.
En
aquellos tiempos, ¿a quién se lo iba a decir?
Hoy
las mujeres lo cuentan, hasta en la televisión, Eusebio, y yo lo veo bien, que
se sepa, que aunque cueste arrancar esa mala hierba de los malos tratos, por lo
menos se le dé aire, que no se lleve en silencio, con vergüenza, como una
penitencia inútil e injusta, como yo la he llevado durante casi cuarenta años.
No
te puedo perdonar que me negaras una existencia apacible, tranquila. ¡Con lo
corta que es la vida y cómo me la has amargado!
Qué
tonto fuiste, Eusebio, qué simple, aunque supieras leer y escribir y te
creyeras por eso superior a mí. Has sido siempre un pobre hombre, corto de luces,
por más que yo te engrandeciera delante de tus hijos, ocultando siempre las
palizas, los insultos y el desprecio que te inundaba los ojos cuando me
mirabas. Podías haber sido más hombre y haberte ido, quizás hubieras sido feliz
en algún sitio, y nosotros también.
A
pesar de todo, siempre te respeté y te cuidé lo mejor que supe. Pero no me lo
agradezcas, el agradecimiento es una cualidad que tú no sabes cómo emplear.
Ahora vivo muy feliz rodeada de nuestros hijos y nietos.
La
Paqui ha tenido gemelos, dos niños preciosos,
y Juan y Damián siguen con la parejita, que se han convertido en unos
adolescentes guapísimos. Me apena que nunca hablen de ti, pero por mucho que yo
lo quise ocultar, los chicos se daban cuenta y quieren olvidarlo.
Todos
queremos olvidarlo.
Qué
felices podríamos haber sido, Eusebio... con lo corta que es la vida.
A
pesar de todo, te envío, donde estés, un beso, por si hubo algún buen momento,
aunque no lo recuerde.
Tu
mujer.
Herminia.
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