Llegó tarde a mi vida,
en mis ventanas sólo se apoyaban
la lluvia y los estorninos.
Había sed en el álamo,
crujir de hojas y un olor
Pero aquel día amaneció
antes de tiempo,
el lubricán cabalgó,
saltando,
sobre los montes que separaban
los dos azules
de aquel abril prematuro.
Llegó tarde he dicho,
entró sin llamar
a la sala oscura
donde sólo quedaban rescoldos
y sábanas frías.
Con pasos lentos dejó el látigo
en el respaldo del tiempo,
se sentó en la mecedora vieja
y extendió los brazos
para que yo me refugiara en ellos.
Allí estoy desde entonces,
con un verano perpetuo en los ojos
y las ventanas abiertas
al murmullo
de las noches cálidas.
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