sábado, 10 de diciembre de 2022

Noches.

 Aún es noche. Yo soy noche.

      Una oscuridad obsesiva y baldía, un apagón de brazos y cintura. 

     No voy bien por este camino elegido. Tengo que dar la vuelta o torcer por la primera esquina que encuentre. Aún es noche y la cama es un refugio que me cierra las puertas.

   Me levanto guiada por la débil luz del día aún nonato. No es todavía el momento de salir a escena.

     Pero yo me adelanto, no puede mi desasosiego esperar el avance lento de la claridad, el retroceso resignado de las sombras.

     Me acerco a la ventana y los cristales me devuelven frío. Más desasosiego no cabe en mi pecho. Me acojo a las luces que parpadean a lo lejos como un lenguaje morse.

     De socorro.

     Los árboles duermen.

   Si me quedo quieta un momento, olvidando respirar, puedo oír su rumor de despegue, su olor a génesis y victoria. Sus hojas calmas.

     Mi pecho bombeando ansias, suplicando su derecho a la risa, intentando ver.

    Ver algo ahí fuera que anestesie este miedo a lo desconocido, a algo que se mueve cerca pero que no se deja acariciar.

     Noto que la mente ya no obedece mis órdenes.

     Noto que me salgo de la ruta. Que los pies ya no están seguros.

     Que la mañana no avanza. Que las sienes no cesan ni un minuto de gritar.

    Que deseo volver al principio. Que no sé cómo poner el punto final a la historia.

    Que tengo miedo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario