domingo, 18 de diciembre de 2022

Domingo, 18 de diciembre

 




Esta mañana, al despertar, ha sido lo primero que he mirado. He extendido mis manos hacia el techo de la habitación, desplegando los dedos, admirando el rojo intenso de mis uñas. Tal como os dije ayer, fue el premio que me di por acabar con éxito, creo, mi poema: una décima erótica con el primer verso que me regalaron los dioses mientras caminaba.

     Y, esta mañana, me he bebido un buchito de agua, que tampoco hay que abusar. Se me ha vuelto a olvidar echarme alguna crema, aunque creo que estarán caducadas, ¿es verdad que caducan a los doce meses una vez abierto el envase?

     Da igual, el caso es que he bajado con Chewie a dar su primer paseo y ha ocurrido algo. Puede que ahora, de repente, los deseos caducados, como la crema, resurjan todos en tropel, atropellados, sin fuste. Buenos son.

     Y, al volver a casa, le he hecho un poema al milagro:


Hoy he vuelto a enamorarme,

ha sido apenas amanecido

cuando he sacado a pasear a mi perro.

Voy siempre por veredas desiertas

porque no me gusta encontrarme con nadie

—es mi momento de pensar—.

Venía en dirección contraria,

con un perro de la misma raza que el mío:

un pomerania,

moreno, alto, guapote,

(me refiero al hombre),

al cruzarnos, estallaron,

en la mañana ya alta,

simulacros de otras vidas

                 “podríamos haber sido felices”

 

juraría que él se alejó

pensando lo mismo.


¿No creéis que es una preciosa historia de amor?

Me voy a dar la crema, que sea lo que Dios quiera.

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