jueves, 26 de diciembre de 2024

El poder del amo.

Llevo tres días, o tres meses, ya no recuerdo, intentando escribir la novela histórica en la que estoy inmersa. Me hace mucha ilusión, ocupa mi mente todas las horas del día. Y de la noche.

Pero la poesía, obtusa y envidiosa, no deja de entrometerse entre el teclado y mis dedos ansiosos. Me detiene el impulso, me desvía la atención hacia otros recodos más íntimos y oscuros. Me lleva a su terreno.
Y me veo, de repente, con un par de versos, quizá más, iniciando el proceso de un nuevo poema.
-Tengo dos poemarios en manos de la editorial, le grito. Y no se vende, la poesía no vende. No eres comercial, la gente no te aprecia demasiado, dice que no hablas claro, que no consigue entenderte. Y se me acumulan los poemarios y las facturas y soy cada vez más pobre. No escribiré más poesía, voy a abandonarte, le insisto, elevando un poco más el tono de voz.
Intento retomar la escritura de la novela, aunque he vuelto a perder el hilo de la historia y ya no sé dónde se dirigía la protagonista ni cuáles eran sus intenciones.
-Eres poeta, me susurra, terca, al oído, es lo que más te gusta del mundo. No intentes cambiar. Zapatero a tus zapatos, me dice ahora la cabrona.
Mira, mira qué hermoso:
"La luna se apoya, febril,
en el tímido trapecio del pozo..."
Y, yo, ya rendida a su belleza y a su misterio, a lo que descubriré, me dispongo a continuar en la fiebre del poema.



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