Qué
pronto anochece, las manos continúan hambrientas y ya debes desvestirte de
collares y ensayar el conato de la muerte.
Ha volado el día con aleteo cobarde y
silencioso, dejando los ojos detenidos tras su rastro. Indefensa y sorprendida,
como pillada en flagrante delito. Avergonzada de no merecer el regalo. Con el
zapato en la mano y el pelo sin recoger.
Avanzada la espalda para el maratón cuando
ya han bajado la bandera de llegada. Otra vez de regreso, volver sobre las
mismas huellas.
Otra raya cruzada sobre los otros
despojos.
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