Me he levantado antes de que el mirlo
comience su canto, antes de que el velo oscuro de la noche se retire con su
discreción y su silencio, antes de que despiertes y ensayes el amago de una
caricia.
Me
he levantado desnuda y me he retirado el pelo de la frente, asegurando su
obediencia con el bolígrafo verde con el que anoche escribí el último
pensamiento del día moribundo.
Desnuda, salgo a la amanecida, el tímido viento se cuela entre mis pechos
y se hace ovillo entre los muslos, deshace el bucle del flequillo. Respiro la
zozobra y la nostalgia. Noto cómo se apacigua el desorden de mis venas.
Ya
comienza el canto del mirlo. Está contento porque ha sobrevivido a la noche.
Vuelvo a la cama con los pies heridos de esperanza y la espalda mojada
de llanto contenido.
Vuelvo. Aún duermes.
Y,
continúa la alegría del mirlo.
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