Imagen tomada de la red.
Todas las noches, cuando la
casa queda en silencio, se levanta y enciende la lamparita malva de la mesa de
su estudio.
Saca el cuaderno que espera
al fondo de un cajón, en el que simula guardar trozos de objetos inservibles, y
lo abre por la página impoluta.
Con una pequeña pluma
cargada, siempre, de tinta verde, comienza.
Querido Joaquín:
Otra noche que no puedo
dormir pensando en ti, en nosotros. Tu boca no deja de rastrear mi espalda y siento, cuando
cierro los ojos, los tuyos sonriéndome desde la atalaya de aquel verano remoto.
Ya no puedo continuar así. No quiero vivir en este limbo sin aire y sin
color. Quiero arrancarme esta piel de infelicidad que me ahoga para que tus dedos
vuelvan a cubrirme de sueños.
Quiero hacer el amor en las
esquinas y dejarme el corazón palpitante y roto entre los charcos de veredas efímeras.
Quiero que me recibas
detrás de puertas entornadas y confundas los lunes con susurros de días
festivos.
Tengo hambre de antiguas
risas asfixiadas entre almohadas y sábanas revueltas.
Ganas de no saber por qué
calle paseamos. Tener dudas.
Joaquín…
Detiene un instante la
pluma. Ha escuchado un rumor al fondo del pasillo.
Vuelve a la cama.
Se abraza al hombre que
duerme roncando suavemente.
Buenas noches Joaquín.
Y apaga la luz como si apagara
una vela.
Con un deseo.
Tinta verde. Esperanza. Otros tiempos. Otra vida. Una cama.
ResponderEliminarLa pena de la oxidación de los sueños. La herrumbre que esconde y mata el amor. Abrazos esperanzadores. Y alas.
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