Llueve todavía.
No le
hago caso al dolor, me resisto a ir al médico, no me escucho. Pero las rodillas
me están haciendo tropezar a cada paso y doblega mis ansias de paseo. Así
estoy desde el verano.
Hoy he pasado un mal día. Al final tuve
que llamar al médico. Mañana me mira. Y sé lo que me dirá: artrosis,
degeneración, pata de ganso…
Ya me pasó otra vez y le dije, muy seria a
mi médico, que yo no podía tener un dolor que se llamara pata de ganso. Me lo cambió por tendinitis
ansarina y ya, con esa poética definición, salí cuasi airosa de la
consulta. Él se quedó pensando.
Ha llovido todo el día. Me encanta la
lluvia. Me relaja y me pone alegre, optimista, fácil. Sí, es lo que hay.
He leído, he intentado escribir ese poema, tomado un par de cafés mirando el horizonte desvaído desde mi decimotercer piso, entre los resquicios que me dejan los bloques de celditas, allá, a lo lejos, mezclándose con el cielo y la incertidumbre. Me he masajeado las rodillas, implorando piedad y tiempo. He manoseado apenas este miércoles y he manchado de acuarela un cuaderno de dibujo. He paseado con Chewie por la alameda.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve
y llueve,
sobre los chopos medio
deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.
Y escuchando esta canción de Serrat, que
me trae retazos de otras lluvias, de otras aceras, de otros brazos, escribo esto, dejo el noctuario y las
gafas, me acomodo los auriculares y la almohada, y pienso que mañana quizá escribiré
el poema perfecto.
El poema perfecto llega, cuando los sueños, los deseos y los anhelos, te embargan y con fuerza se desparraman. Manoseas un folio, acaricias un bolígrafo y deslizando la mano, escribes versos que nunca habías imaginado y exclamas !!me gusta gusta!!
ResponderEliminarQue la lluvia de octubre, no te moje, te cale.
Visto lo visto, es lo que tenemos que hacer, bajar a la lluvia sin paraguas. Un abrazo. Sigue con los poemas.
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