Hoy me han dado la última sesión en la consulta del fisio. En la rodilla. No se ponen de acuerdo si es artrosis o tendinitis ansarina. A mí, particularmente, me gusta más el último diagnóstico. Es más poético.
Antes de despedirme, me han dado una goma, roja y muy resistente para que la anude en mi silla, (le he dicho que soy escritora y que me paso unas ocho horas sentada), y vaya haciendo ejercicios, balanceando la pierna, delante y atrás, para fortalecerla. He puesto cara de obedecer, pero no lo voy a hacer. Intentar acabar la novela y, al mismo tiempo, forcejear con la pierna perjudicada, está fuera de mi alcance.
Al pasar por mi cafetería amiga, me he sentado en la terraza y he pedido un café. Me he dedicado a mirar. La calle, llena de verano; una chica joven, con pantalones cortos, mínimos y una coleta escandalosa, que bautizaba la acera como un hisopo alegre, paseando un perro, también mínimo y con manchas de dálmata; Paula, la mujer de los frutos secos, sacando las plantas al frescor de un amago de sombra; mi vecino del quinto que me recuerda que a las ocho de la tarde cortarán el agua un par de horas; el repartidor de helados...
Allí, en aquella mesa, hace un par de años tomábamos una cerveza mi madre y yo. Lo hacíamos a menudo.
Desde entonces han ocurrido cosas que quiero contarle, cotilleos de familia y la llegada a casa de dos nietos. De repente, me entran unas ganas enormes, feroces e irracionales de contárselo.
Una impotencia. Un ahogo.
Floren, el dueño del bar, se acerca a la mesa, secándose las manos en un paño de color desvaído. -Señora, me estoy acordando ahora mismo de su madre, de cuando tomaban el aperitivo.
Ahora estoy en casa. Sentada a la mesa de mi estudio y con la goma roja, anudada a la pata de la silla y ovillada en el suelo, inservible, tímida, derrotada.
Me he servido un culín de vermut con unos pistachos. Escribo cualquier cosa, escucho a Cohen y pienso ir, cuando se rinda un poco el sol, al cementerio a contarle a mi madre las novedades, lo guapos que le han salido los bisnietos, que he publicado un nuevo libro, que me pongo su camisón, lo que la echo de menos.
Hola. Me das envidia, yo he dejado escondidos los bolígrafos y el cuaderno lo abro cada día y le digo, mañana te veré y te contaré historias, pero sé que no lo haré. El vermut dicen que ayuda a olvidar las penas, pero sin exceso. Hielo y ejercicio muy recomendable.
ResponderEliminarEsto va lento, pero ahí vamos. Y en cuanto al cuaderno, anda que no tienes tú recursos. No lo dejes. Un besote.
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