viernes, 5 de julio de 2019

Esto es todo, amigos.




Hoy me han dado la última sesión en la consulta del fisio. En la rodilla. No se ponen de acuerdo si es artrosis o tendinitis ansarina. A mí, particularmente, me gusta más el último diagnóstico. Es más poético.
   Antes de despedirme, me han dado una goma, roja y muy resistente para que la anude en mi silla, (le he dicho que soy escritora y que me paso unas ocho horas sentada), y vaya haciendo ejercicios, balanceando la pierna, delante y atrás, para fortalecerla. He puesto cara de obedecer, pero no lo voy a hacer. Intentar acabar la novela y, al mismo tiempo, forcejear con la pierna perjudicada, está fuera de mi alcance.
  Al pasar por mi cafetería amiga, me he sentado en la terraza y he pedido un café. Me he dedicado a mirar. La calle, llena de verano; una chica joven, con pantalones cortos, mínimos y una coleta escandalosa, que bautizaba la acera como un hisopo alegre, paseando un perro, también mínimo y con manchas de dálmata; Paula, la mujer de los frutos secos, sacando las plantas al frescor de un amago de sombra; mi vecino del quinto que me recuerda que a las ocho de la tarde cortarán el agua un par de horas; el repartidor de helados...
    Allí, en aquella mesa, hace un par de años tomábamos una cerveza mi madre y yo. Lo hacíamos a menudo. 
   Desde entonces han ocurrido cosas que quiero contarle, cotilleos de familia y la llegada a casa de dos nietos. De repente, me entran unas ganas enormes, feroces e irracionales de contárselo.
   Una impotencia. Un ahogo.
   Floren, el dueño del bar, se acerca a la mesa, secándose las manos en un paño de color desvaído. -Señora, me estoy acordando ahora mismo de su madre, de cuando tomaban el aperitivo.
   Ahora estoy en casa. Sentada a la mesa de mi estudio y con la goma roja, anudada a la pata de la silla y ovillada en el suelo, inservible, tímida, derrotada.
   Me he servido un culín de vermut con unos pistachos. Escribo cualquier cosa, escucho a Cohen y pienso ir, cuando se rinda un poco el sol, al cementerio a contarle a mi madre las novedades, lo guapos que le han salido los bisnietos, que he publicado un nuevo libro, que me pongo su camisón, lo que la echo de menos.

2 comentarios:

  1. Hola. Me das envidia, yo he dejado escondidos los bolígrafos y el cuaderno lo abro cada día y le digo, mañana te veré y te contaré historias, pero sé que no lo haré. El vermut dicen que ayuda a olvidar las penas, pero sin exceso. Hielo y ejercicio muy recomendable.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esto va lento, pero ahí vamos. Y en cuanto al cuaderno, anda que no tienes tú recursos. No lo dejes. Un besote.

      Eliminar