Pasaron
los años y mi cuerpo no engendraba el esperado heredero, mi Nicolás veía que su
apellido acababa con él y se le iba poniendo el humor cada vez más agrio y
desagradable, como desagradable fue cuando le comuniqué un buen día que no me
había bajado la regla y él, ni corto ni perezoso, le comentó mi embarazo hasta
al alcalde de Parla, para que luego el médico nos dijera, eso sí, con muy
buenas palabras y mucho tacto, que lo que pasaba era que me había venido la
menopausia.
Fue
tal su rebote que estuvo a punto de romper el vínculo matrimonial, me quería
repudiar y todo, como hizo el sha de Persia con la Soraya, hasta que se le
ocurrió la idea de adoptar un niño, me dijo que ésa sería la solución para
salvar nuestra unión y a mí me pareció bien, hasta que me aclaró que además le
gustaría que fuera saharaui, para hacer el acto más exótico y dejar
boquiabiertos a sus compañeros del curro.
A
la que dejó boquiabierta fue a mí, que nunca me llamaron la atención las
extravagancias.
Las
vicisitudes que se produjeron con su obsesión de adoptar el bebé saharaui y el
descubrimiento fatídico y letal por mi parte de una relación extramarital y
tumultuosa del Nicolás, las dejaré para más adelante, porque son casi las diez,
está a punto de llegar y las sardinas me están esperando para que les meta
mano.
Mañana
será otro día.
5
Ya
he referido que vivo en la ciudad de Parla, en la calle Sal nº 13; es un
inmueble de tres plantas, sin contar los bajos que lo ocupan una frutería y un
laboratorio fotográfico.
Mi
Nicolás y yo ocupamos el 2º B, y la
Maribel y su hija Lupe, la universitaria, viven en el 3º A. Ya os iré
presentando a los demás inquilinos de la finca, os adelanto previamente que no presentan un gran interés para vuestra
posible curiosidad y morbo.
No
tenemos coche. Por unas cosas y otras, Nicolás no se ha sacado nunca el carnet
de conducir y me he dado cuenta que es inconcebible que no dispongamos de vehículo,
es humillante que todas nuestras amistades lo tengan, con lo muertos de hambre
que están algunos, que lo sé de buena tinta.
Así
que, el otro día, me pasé por la auto-escuela que abrieron hace poco en la
calle del mercado y le hice la matricula. La auto-escuela se llama EL FITIPALDI
y, la carpeta de plástico blanco y azul que me dieron con la copia de la
matricula y los libros de la teoría, se la planté al Nicolás en la mesa, al
lado del plato de sopa.
(Continuará)
Perteneciente a Historia de mi existencia, del libro de relatos Galería de trampantojos.
A la venta en Leganés, en las librerías Punto y Coma y La Libre de Barrio.
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