Paseo bajo la lluvia. Mi perro luce, de estreno, un chubasquerito verde. Tomo un café en el bar amigo de la esquina.
Ahora en casa escucho música con nombre de mujer que he comprado junto al diario y repito con un capuchino. Me zambullo en la lectura y la música.
Azotando suavemente la cristalera del estudio sigue pertinaz la lluvia.
Mi perro se impacienta, llora un poco, se ovilla entre mis piernas, me trae un juguete... y, viendo que no reacciono, me acerca, soberbio y autoritario, la foto que preside la entrada de la casa.
Y no me puedo negar a sus exigencias.
Escrito está.
Le acaricio el cuello algodonoso y amado, dejo las noticias para más tarde y me dedico a él.
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