Haro
Toca vacunas Haro, lo siento.
Te has dado cuenta que buscaba en tu mochileja la
cartilla de vacunación y ya me has echado el reproche sobre los hombros. Ingrato,
es por tu bien.
Tenemos cita con D. Javier tu pediatra, el mal rato es anual, tampoco es para tanto y luego
saldrás de la consulta con una nueva chapita en el collar, de otro color,
nueva.
¡Qué listo eres!, mucho antes de torcer la esquina, ya
diriges tus pasitos hacia el lado contrario de la clínica, los ojos se te
proyectan hacia el recuerdo del miedo y tus gemidos me parten el alma.
Te portas tan mal que les fuerzas a ponerte un bozal, que
algún día me obligarás a soltar lo que pienso: —Que se lo pongan ellos en sus
malditos morros, que tú eres totalmente inofensivo—, pero ellos no te conocen
tanto como yo, es esa seguridad lo que hace que me contenga y guarde las
formas. Además es evidente que te portas fatal, hay que reconocerlo.
Nunca ha
conseguido el pediatra-veterinario colocarte el termómetro en semejante parte.
Ni auscultarte los huevines, ni mirarte los dientes, ni comprobar tu peso.
Te
retuerces, ladras, das saltitos y te encoges sobre ti mismo.
Al final, te dejan por imposible, te ponen la banderilla
correspondiente y punto y, para hacerse
los simpáticos, más por mí que por ti,
que lo sepas, que ven en mi jeta la poca gracia que me hacen, te ofrecen una
golosina, que rechazas, por supuesto, con un giro orgulloso de tu cabeza.
A ti
no se te gana con chuches, campeón.
—Vámonos Haro, despídete de D. Javier hasta el año que
viene, sé amable y educado, que se note que eres el dueño de una escritora, su
musa, venga hombre, que no cuesta tanto, que no se diga.
Pero tú sólo diriges tu mirada hacia la puerta, tensando la correa al máximo, arañando el parqué con tus uñejas.
—Hasta el año que viene, D. Javier, muchas gracias por
todo- digo, por decir algo.
—Adiós Haro, guapo—dice el galeno con una sonrisa
postiza.
¿Has visto cabezón, terco, maleducado, cómo hay que
comportarse?
Anda vamos, damos una vuelta rápida y a casa, que estás castigado y convaleciente.
La verdad es que le he levantado el castigo y nos hemos ido a dar un voltio a Verdecora. Le he comprado un martillito de goma de colores imposibles. Y tan contentos los dos.
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