Imagen tomada de la red.
Salgo de la noche
con una cicatriz
amarilla
en el dorso de la mano,
con los pendientes rotos
y un dolor impúdico y turbio
al final de la espalda.
La puerta está abierta.
No me voy.
Me pongo una tirita encima del amarillo
y sujeto el ansia de la coleta
con una mordaza de fingidas
amapolas.
Entorno la puerta
y escucho una linea de escozor
en la garganta.
Es la herida que grita,
que grita,
ante el silencio.
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