“La mujer dejó la taza de té sobre la pequeña mesa de hierro blanco del jardín y se cruzó la bata de seda sobre el pecho, le había dado un pequeño escalofrío de placer al recordar los tres días pasados, tres días de fasto y alegría en los que la pequeña y limpia ciudad de Navalcarnero había brillado con una boda que dejaría una huella perdurable y bella.
Y todo comenzó hace apenas un año, pensó la mujer.
Casualidades de la vida, el destino, vaya usted a saber qué fuerzas se confabulan
para que ocurran estos hechos tan perfectamente rematados en un final feliz.
Su niña casada con el heredero de una de las mejores
bodegas de la península, ella misma, sin ir más lejos, emparentada con una rama
de bodegueros tan ancestral y remota que se pierde en la noche de los tiempos.
La mujer abrió de nuevo la carpeta de terciopelo color
burdeos donde había guardado las fotos y
la invitación de boda de los jóvenes.
Los nombres de las dos familias, el dibujo de agua que se
adivinaba al fondo, las esquinas doradas y, en el centro, resaltadas en
elegante relieve, los nombres de los contrayentes: Marcos y Patricia.
Nombres regios, pensó, adecuados.
El viaje de novios elegido fue, muy acertadamente, un
recorrido por Francia y Estados Unidos:
Burdeos, Normandía, California, lugares donde observar viñas de
diferentes estilos y formas, de ampliar miras.
Perfecto.
La mujer cerró los ojos dejándose acariciar por una
brisilla traviesa que se enredaba en su cuello y pensó en aquella excursión con
unos amigos a la bodega de Navalcarnero para pasar el día y comprar unas
botellas, con denominación de origen, con vistas a los regalos de Navidad.
Se quedó hechizada con la explicación que, sobre los
vinos que probaron, les dio Marcos, el enólogo, bodeguero, vinicultor y
sommelier.
Que si la uva era de la variedad ora cabernet-sauvignon,
ora garnacha, que la malbec o la merlot eran cepas que tenían preparadas para
un proyecto futuro, que si los taninos, que nos fijáramos en las lágrimas de la
copa, que si estructurado, armónico, brillante, untuoso o equilibrado.
Moría a cada segundo, paladeaba el caldo color teja,
con aspecto aterciopelado, cálido, con cuerpo; en nariz, floral, maderizado,
balsámico y de tintes animales… afrutado.
Estaba en mi salsa, -piensa ahora,- flotando, quizá un poco achispada.
Y de repente, una idea: había encontrado, así, como una
iluminación, mi destino.
Yo pertenecía a ese mundo, lo sentía, y la visión comenzó
a surgir con la nitidez de una imagen en el balde del revelado de una
fotografía.
Pregunté al simpático muchacho y, voilà, soltero, edad
idónea, dispuesto. Le planteé, como si bromeara, una hipotética unión con mi
princesita, virginal y casadera, y heme aquí, año y pico después, descansando
de una fulgurante y espléndida boda que
ha dejado a todos satisfechos.
Dice mi marido, negativo como siempre, que no estoy muy
equilibrada, yo le digo que equilibrado tiene que estar el vino, rico en
taninos, vigoroso y cítrico y que espabile y comience sin prisa pero sin pausa
a utilizar un lenguaje que armonice con nuestra nueva andadura.
Él no bebe, lo que resulta totalmente intolerable para
moverse en este mundo de las cepas, de la cata, del syrah y el tempranillo, se
lo he advertido por activa y por pasiva y, si sigue tomando esos barreños de
agua con que adorna las comidas, tendré que tomar medidas; mi consuegro, el
bodeguero titular, viudo el pobre, creo que, por sus miradas durante la boda,
estaría encantado de tenerme a su lado para próximas vendimias.
Comienza a caer la tarde, la mujer se levanta y con el
álbum de la boda entre las manos entra en la bodega para tomarse, cerca de la
chimenea, una copa de ese vino áspero y fuerte que tanto le ayuda en sus
momentos de soledad y tribulaciones.
Me acaba de llamar mi niña, me dice que está muy feliz, que
acaban de aterrizar en California y que está pensando su maridito comprar, a
buen precio, unas bodegas que han visto a su paso por Burdeos y que si llama su
suegro se lo comente.
Pero el teléfono es muy frío, iré personalmente a hablar
del tema con Carlos, mi consuegro, el bodeguero titular, el viudo.
He tenido otra visión, otra elegante y distinguida boda,
no tardando mucho, entre los viñedos franceses.
In vino veritas.
¡Ay el amor!”
Ya lo conocia. Estupendo como siempre el relato y el caldo, Y como siempre también el omnipresente personaje que siempre se asoma por la ventana de tus letras.
ResponderEliminarMª Carmen
Gracias M.C. el personaje en cuestión debe ser, aunque yo no lo quiera reconocer, mi muso. Cuándo tomamos el caldo? Y besos.
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