Veo esta foto y me llega el olor de esa mañana. De todas las mañanas de cada seis de enero, cuando mis tíos me llevaban al Circo Price. Después de la sorpresa de descubrir todos los regalos dejados por sus Majestades de Oriente, me esperaba un desayuno en Madrid y disfrutar de una sesión de circo. Tan deslumbrante, tan mágico, tan luminoso y sorpresivo.
Me costaba un poco dejar los juguetes y, sobre todo, los cuentos troquelados que me habían traído los Reyes. Más de un año me empeñé en llevarme alguno, sentir en la mano la magia, creerme segura ante el milagro del descubrimiento. Me sigue ocurriendo. Mis bolsos pesan mucho, que cómo puedo soportar tanto peso me dicen los amigos, pero no es peso lo que yo siento, sino la seguridad de que, si ocurre algún imprevisto, algún parón en el recorrido, yo puedo meter la mano y sacar un nuevo giro a la vida, una sorpresa, un añadido al tedio, una tabla de salvación. Un libro.
La foto es de un año en que mis tíos aparecieron con dos niños más y fue más emotivo el recorrido por Madrid y la sesión de circo. El chico es Ricardo, guapo y desenvuelto, pero no recuerdo el nombre de la niña y, me temo, que ya no queda nadie a quien preguntar.
La foto detiene el instante de una mañana lejana, a través de ella, puedo escuchar el velo de niebla del nuevo año, puedo oler la felicidad.
El número de los payasos nunca me gustó demasiado, prefería el despliegue del elegante desfile de caballos y, sobre todo, los trapecistas. El vuelo hacia lo imposible, la zozobra de alcanzar la mano que te sujeta, el triple salto mortal.
A lo largo de la vida, nos enfrentamos a muchos saltos mortales, demasiados y los vamos superando con esa misma zozobra del comienzo. Y, siempre, sin ninguna red bajo nuestros pies que nos asegure salir triunfantes del lance.
Cuando paso por esta plaza de Recoletos, me detengo en este mismo punto de la foto, esperando escuchar la voz de esa niña del pañuelo en la cabeza, intentando adivinar lo que decía su mirada. Pero ya ha cambiado el color amarillo de aquel instante. Ya es otro olor, más cansino, menos armonioso.
Ya es pasado.
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