Cuarenta y nueve días sin sombrero,
sin ponerme tacones ni los pendientes largos,
sin perfilarme los ojos de audaciay derrochar con soltura mi perfume caro.
El espejo me pregunta qué pasa con mi pelo,
desordenado de insomnios y palabras,
y me devuelve la imagen de una mujer madura,
que hace muecas y se estira las sienes con los dedos.
Ahora ensaya una sonrisa, ahora un guiño,
se palpa los pechos y se acaricia el vientre.
“Cuarenta y nueve días y un sombrero nuevo”,
escribo ahora en el cuaderno más hermoso
y muevo los tacones a ritmo de un bolero
mientras pienso en tu boca
olisqueando mi nuca,
desahogando los botones de mi blusa ofrecida
y apartando las dudas
con tus dedos de magia,
y acabo este poema con el rímel corrido,
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