Mis padres nunca fueron felices.
Fue un matrimonio desarmónico y desigual.
Y fui yo la que sufrí sus continuas disputas.
Soy hija única y he vivido toda la vida con ellos. Creo
que elegí no casarme por miedo a repetir su fracaso.
Mi madre, durante años, comparó a su marido con los de
sus amigas o vecinas y mi padre siempre salía desventajado.
Mi padre murió hace cinco años.
Desde entonces se respira tranquilidad en esta casa, mi
madre ya no tiene a quien lanzar su resentimiento.
De todos los matrimonios felices que mi madre conocía, a
quien más envidiaba era a los vecinos de al lado.
—Pepe sí que es un
hombre de verdad— decía siempre, apoyando su desdicha
en la fregona.
—Qué suerte tiene la
Lourdes—rubricaba.
Cuando aquella mañana
de invierno la policía se llevó esposado a Pepe, el vecino de al lado, con las
manos ensangrentadas y, desde el rellano, vimos el cuerpo desmadejado de la
Lourdes, mi madre se adentró despacio en un mundo oscuro, dejó de hablar y se
estrenó realmente como viuda.
Las apariencias engañan, los cariños también, pero al final la realidad se impone. ¡Que lástima vivir de realidades fingidas!
ResponderEliminarRealidades fingidas, pero realidades al fin y al cabo. C' est la vie. Y la vie es mu dura.
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