domingo, 10 de noviembre de 2013

Un ángel y un gatito.

Imagen tomada de la red.

Venia de pasear la mañana dominical con Haro y, al entrar en el portal de mi casa, me encuentro con Begoña, mi amiga y vecina del segundo. La veo armada con unos guantes de látex, unos tubitos de suero y un pequeño envoltorio de papel de aluminio.
—Voy a curar al gatito. Y también le llevo comida— me dice.
El gato en cuestión en un pequeñajo callejero que ha robado el corazón a todo el vecindario. Pelirrojo, flaco, desvalido y tuerto.
Begoña, en comandita con otra vecina solidaria, se ocupa del gatito y de alguno de sus hermanos-mininos huérfanos.
Les han construido un cobertizo en un rincón del jardín con unas cajas de color azul, como corresponde al sexo de los bebés, y bajan a la calle varias veces al día para el seguimiento de sus pequeñas vidas.
Begoña le cura el ojito enfermo al pelirrojo, siente pena porque no confía en su total curación y está pensando —me dice— llevarlo al veterinario para que le aconseje y le haga un buen reconocimiento.
Subo a mi casa con una sensación grata, orgullosa de mi vecina, contenta de tenerla como amiga y tranquila porque el bichejo triste y desorientado ha tenido la suerte de encontrar un ángel de la guarda en su camino, un hada madrina que vela por él, que le compra latitas de comida blandita en la sección de delicatessen en el supermercado de la esquina y porque, cuando se le cure el ojito y se haga grande y fuerte, seguro que lanzará un cariñoso maullido desde el parque a su mamá Begoña cuando la vea aparecer con un envoltorio metálico entre las manos.
Se ve tan satisfecha mi vecina, tan feliz con su tarea diaria, que me ha hecho pensar en tantos enfermos de poder y de dinero con los que nos topamos cada día, tuertos o ciegos de ambición, que creen que el placer está en conseguir todo, a pesar de todo y de todos y me pregunto si ese placer será tan grande como el de Begoña.
Yo veo sus caras en la tele y en la prensa, y les aseguro que la luz que desprenden, no es, ni de lejos, tan limpia, luminosa y bella como la de mi amiga.
Ella no tiene líneas de avaricia en la frente, ni miradas oblicuas, ni muecas de sospecha. Sólo unos tubitos de suero, una latita de comida para gatos y el objetivo de salvar un ser vivo y solo.
Yo he mirado hoy su cara cuando venía de pasear la mañana con mi perro.
Daba envidia.
Resplandecía.

Muchas gracias Begoña por dejarme creer que todavía pueden ocurrir milagros.


“La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en el que se trata a sus animales”.
Mahatma Gandhi.



(Esta historia ha acaecido en un tiempo en el que todavía no estaba prohibido socorrer y dar amor a los animales heridos, asustados y señeros de cualquier lugar)



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