viernes, 29 de noviembre de 2013

Soneto de viernes. Viernes de soneto.


Imagen tomada de la red.

Estoy aquí sentada en este prado
con lápiz y papel, entre amapolas,
con este mar de trigo haciendo olas
y un calor en mi pecho aposentado.

En el aire tu olor, que huele a nardo,
a violetas, a sol y a caracolas,
me envuelve como un manto si estoy sola
mientras llegas a mí y yo te aguardo.

Haré un poema de frescos manantiales,
de un bosque de pinos o un hayedo
o un millar de cerezos y rosales.

Pájaros cantarán si tengo miedo,
serpentean los ríos torrenciales,
se escurre la poesía entre mis dedos.






lunes, 25 de noviembre de 2013



Lectura y coloquio en la sede cultural y regional de Castilla- La Mancha de Leganés en el Día Internacional para la eliminación de la violencia de género. Mari Carmen Estévez, Virginia Jiménez y María Banegas me acompañan. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

En el Txoko de Guernica.







Hoy tocaba comer en El Txoko de Guernica, y nos parecíamos al perro de Pavlov esperando el momento. 
No ha podido ser, el sendero de la mañana nos ha derivado por otros rincones. El próximo fin de semana será.
Iremos toda la pandilla.
A comer, compartir sobremesa con Alejandro y Diego, con Diego y Alejandro, que tanto monta, y a tomar el café en esa terraza postrera que se asoma al infinito, a los verdes ondeantes de los jardines de Alejandría. 
Que exagero? Pues vente con nosotros, ve, comprueba, disfruta.


Asi que, visto lo visto, he tenido que cocinar yo en este domingo de sol y arroz caldoso. De esta guisa.



viernes, 22 de noviembre de 2013

Abriendo ventanas.







Un día de éstos
dejaré salir a esa mujer
que escondo dentro.
Lleva tanto tiempo 
callada.


Un día de éstos
la dejaré hablar.
Me abriré el pecho
y la invitaré a que de la cara,
a que duerma contigo,
a que salude a las vecinas,
a que cuelgue las cortinas
o haga un poema.


Lleva tanto tiempo callada,
observando fría e insensible
mi derrota diaria,
mis fracasos,
solazándose.


Un día de éstos
dejaré salir a esa mujer
que llevo dentro,
para que compares,
para que elijas,
para que sepas al fin.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿Eres feliz?







Para D. mi primer amor, mi vida.

¿Eres feliz? te preguntaba
y, antes de tu dócil respuesta,
me llegaba el rumor
del aleteo negro de tus miedos.
Dibujaba rosas de tallo eterno
en mis cuadernos de notas,
para olvidar el aire frío
que se colaba por el breve abrazo
del teléfono.
Disfrazaba la evidencia
trazando lineas gruesas de color
en las esquinas.
Sonreía.
Y más tarde,
mientras se apagaba el día,
iba encendiendo velas indecisas
en todas las ventanas
para ofrecerte un camino.
Para que volvieras.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Futuro.




Imagen tomada de la red.

Procuró no hacer ruido mientras colocaba los platos en el armario de la cocina.
Dobló la ropa de su marido encima de la silla y sobre la mesa colocó la cena  que, como todas las tardes, le había preparado.
Ramiro trabajaba de noche.
De puntillas se acercó a la puerta de la alcoba. Su marido roncaba pesadamente con breves intervalos de apena.
Con los zapatos en la mano  echó una rápida ojeada alrededor y salió a la tarde.
Lo  había previsto todo. La distancia, los tiempos.
Era un intento más.
El último.
En la estación una maleta escondida.

En su corazón vencido, un ansia.

       

viernes, 15 de noviembre de 2013

Locura de amor.





La llamaban La Chata.
No hacía referencia el mote a su persona.
Le venía heredado de sus mayores.
Se fue una temporada a la capital y regresó con una hija.
Desde entonces vivió algo recluida y escarniada con miradas oblicuas en cuanto pisaba las calles.
Un día llegó al pueblo un grupo de hombres para trabajar el verano.
Y la Chata se enamoró de uno de ellos cuando se encontraron una tarde en la fuente de piedra de la plaza.
Y se veían a diario cuando las primeras sombras de la noche encubrían sus ansias.
Dicen que ella le propuso quedarse y formalizar la relación.
Dicen que a él la niña, un poco retrasada  y algo huraña, le frenaba  la decisión.
Cuentan que la Chata estaba loca por el hombre.

         Y se santiguan cuando recuerdan la tarde que vieron alejarse por el camino de las huertas a  madre e hija y cómo volvió la Chata  con la mirada huida y los bajos de su falda culpables de sangre.


jueves, 14 de noviembre de 2013

Tres palabras.


       
Imagen tomada de la red.

Me pide mi nieta que la ayude. Tiene que hacer un relato con las palabras papá, manos y reina.
Es la hora de la comida y la lavadora ha terminado.
Por la tarde tengo médico. La artrosis que me está matando.
Y todavía no he hecho el baño.
—Venga Lucía cómete los macarrones que hoy tengo prisa—, ¿te has lavado las manos?
Mientras mi nieta come yo tiendo la ropa y le doy un tiento al inodoro con lejía.
   ¿Te has tomado el yogur?
Le atuso las trenzas y llamo al ascensor.
   Mira reina yo me voy al médico, pórtate bien que luego viene a buscarte tu papá.
   Abueli— ¿y el relato?
—¡Ay hija, para relatos estoy yo!


domingo, 10 de noviembre de 2013

Un ángel y un gatito.

Imagen tomada de la red.

Venia de pasear la mañana dominical con Haro y, al entrar en el portal de mi casa, me encuentro con Begoña, mi amiga y vecina del segundo. La veo armada con unos guantes de látex, unos tubitos de suero y un pequeño envoltorio de papel de aluminio.
—Voy a curar al gatito. Y también le llevo comida— me dice.
El gato en cuestión en un pequeñajo callejero que ha robado el corazón a todo el vecindario. Pelirrojo, flaco, desvalido y tuerto.
Begoña, en comandita con otra vecina solidaria, se ocupa del gatito y de alguno de sus hermanos-mininos huérfanos.
Les han construido un cobertizo en un rincón del jardín con unas cajas de color azul, como corresponde al sexo de los bebés, y bajan a la calle varias veces al día para el seguimiento de sus pequeñas vidas.
Begoña le cura el ojito enfermo al pelirrojo, siente pena porque no confía en su total curación y está pensando —me dice— llevarlo al veterinario para que le aconseje y le haga un buen reconocimiento.
Subo a mi casa con una sensación grata, orgullosa de mi vecina, contenta de tenerla como amiga y tranquila porque el bichejo triste y desorientado ha tenido la suerte de encontrar un ángel de la guarda en su camino, un hada madrina que vela por él, que le compra latitas de comida blandita en la sección de delicatessen en el supermercado de la esquina y porque, cuando se le cure el ojito y se haga grande y fuerte, seguro que lanzará un cariñoso maullido desde el parque a su mamá Begoña cuando la vea aparecer con un envoltorio metálico entre las manos.
Se ve tan satisfecha mi vecina, tan feliz con su tarea diaria, que me ha hecho pensar en tantos enfermos de poder y de dinero con los que nos topamos cada día, tuertos o ciegos de ambición, que creen que el placer está en conseguir todo, a pesar de todo y de todos y me pregunto si ese placer será tan grande como el de Begoña.
Yo veo sus caras en la tele y en la prensa, y les aseguro que la luz que desprenden, no es, ni de lejos, tan limpia, luminosa y bella como la de mi amiga.
Ella no tiene líneas de avaricia en la frente, ni miradas oblicuas, ni muecas de sospecha. Sólo unos tubitos de suero, una latita de comida para gatos y el objetivo de salvar un ser vivo y solo.
Yo he mirado hoy su cara cuando venía de pasear la mañana con mi perro.
Daba envidia.
Resplandecía.

Muchas gracias Begoña por dejarme creer que todavía pueden ocurrir milagros.


“La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en el que se trata a sus animales”.
Mahatma Gandhi.



(Esta historia ha acaecido en un tiempo en el que todavía no estaba prohibido socorrer y dar amor a los animales heridos, asustados y señeros de cualquier lugar)



A M. Carmen. Por los lubricanes locos.



Querida amiga, hoy me he levantado con ganas
de volar.
Debajo del agua, en la ducha,
ya sentía el regusto del café
que luego me tomé en la mesa blanca
de mi cocina.
Después, mientras recogía un poco
los pecios de mi locura de anoche en el salón y dispuse
los cojines alineados en el sofá,
como soldaditos obedientes,
puse un disco de Ainhoa Arteta
que me regalaron hace días.
La canción se llama Vida:
“La vida de un pájaro en vuelo,
la vida de un amanecer,
la vida de un crío, de un bosque y de un río,
la vida me ha hecho saber,
la vida voraz que se enreda,
la vida que sale a jugar”…

Amiga, tengo ganas de jugar.
Pongámonos el sombrero
y salgamos a la calle.
¿Vienes?
¿Te apetece?
Si, eso es lo que digo, sin hacer nada,
quizá cantar un poco, bajito,
tañer la cítara,
jugar al escondite con el sol,
apoyar la espalda en el árbol viejo
de la plaza,
contar mentiras, para sentirnos culpables
sólo un ratito,
como cuando éramos niñas.
Amiga necesitamos reír,
reír mucho, cerrando los ojos,
sujetar la púa del destino con firmeza,
acariciar las cuerdas de la vida voraz,
sin enredarlas, despacio,
 sin asustarnos,
si no la cítara plañirá amaneceres.

Querida amiga, es que hoy me he levantado
con ganas de volar.



viernes, 8 de noviembre de 2013

Pasaporte.




Más o menos así me dirigí a hacerme la foto.

Hoy amanece viernes.
Tengo cita para renovar el pasaporte.
-Esta foto no vale- me dice el caballero
de la mesa 5.
Vuelvo con otras que me hago
en un estudio 
del otro lado de la calle.
He salido guapa, 
a pesar del pelo alborotado
y los labios humildes.
Y es una foto reciente,
o sea que vale.
Después de dejar un par de huellas
en un cristalito verde
y pagar las tasas,
el señor de la mesa 5
me entrega mi pasaporte,
impecable y calentito
como la barra de pan
de las mañanas lentas.

Respirar








Necesito respirar con fuerza,
hondamente,
enviar al fondo de mi cuerpo
todo el aire que se enreda
      en las esquinas de esta casa vacía.

Respirar sin tregua.
       Volar.
Atravesar el bosque
de árboles gigantes
     y remotos.
Salir indemne.
      Limpia.

Salir al sol de alguna playa
calentita y lejana.

Mientras tanto, respirar con fuerza.
Respirar.
Respirar, 
        para ahogar el grito.




lunes, 4 de noviembre de 2013

A Victoria

Mi tia, mi perro Haro y yo una mañana de sol y haciendo el ganso en un fotomatón.


"Se aferra a la vida agarrándose terca a las sábanas.
Las toma el pulso, las acaricia. Sabe.
Balbucea que le ayude a ir al baño como rescoldo de dignidad y se pelea con la dificultad para tragarse un puré que sabe necesario.
Alarga la mano que le queda libre para pedir calor y busca, sin ver apenas, mis ojos doloridos.
Mira al frente, a un punto exacto y cambiante, donde seguro que se exhiben retazos de cotidianidad.
Tiene nostalgia. Sabe.
Le abro a veces la puerta del armario colocado a sus pies para que vea su chaqueta azul y espere un futuro.
Desde la cama me sonríe apenas y yo le hablo quedo, bajito y le propongo pequeños retos para que no se rinda.

Se me escapa mi tía, ha tomado ya el camino, mira al frente y no soy capaz de retenerla".

(Escrito una mañana dura de principios de Abril. No lo consiguió. No lo conseguimos. Me acuerdo de ella en todos los rincones, en todas las vueltas del reloj, en cada sobremesa, cuando me pongo el sombrero).

domingo, 3 de noviembre de 2013

"Algo de mí". Historia de un encuentro.




Imagen tomada de la red.


     Estaba tumbada, arrebujada en una manta gozosa de color púrpura, leyendo un libro que me regalaron el día anterior y con la televisión conectada, pero callada, gesticulante sólo.
     Daban un programa de recuerdos, de tiempos felices, nostálgico. Una de las veces que miré a la pantalla, quizá porque el libro no conseguía captar toda mi atención, te vi.
     Has cambiado mucho, como yo tal vez, pero el hombre que yo recordaba, los ojos que tenía archivados en algún lugar de mi armarito de la vida, han regresado de nuevo.
     ¿Qué año fue?, ayúdame,  tuvo que ser el 74 ó 75. Y Mayo, eso sí lo recuerdo.
     —Dentro de unos días es mi cumpleaños— me dijiste, para que te dejara invitarme al café con porras que me estaba tomando.
     No sé de dónde saliste, el bar en aquella mañana lluviosa estaba casi desierto, entré empapada, no amenazaba lluvia cuando salí de casa y no tuve la precaución de coger un paraguas. Desde la parada del autobús hasta la cafetería me cayó toda la lluvia del mundo y me decidí a entrar incapaz de continuar hasta la oficina, dos calles más arriba.
     Yo era entonces una chica de 19 años y trabajaba como secretaria en una empresa aeronaútica, tenía novio, era muy delgada y con una melena morena y lisa.
     Tú, por seguir con las descripciones, eras alto, delgado, de manos finas y dedos interminables, con un pellizco de Dios en la barbilla y cabello oscuro y de rizos apretados.
     Sentí un calor de vergüenza en la cara porque imaginé mi pelo ensopado por la lluvia, el rimel desparramado por las esquinas de los ojos y mi vestido bautizado por lugares inconvenientes.
     Pero sonreías, tenías unos labios perfectos y una risa blanca y buena, recuerdo que ésa fue la palabra que  me vino a la mente cuando te reías: “es un hombre bueno”.
     Lo único que me inquietaba eran tus cejas, se elevaban en los extremos y componían un trazo algo diabólico.
    —Venga déjame que te invite por mi cumpleaños, estoy de paso en Madrid y no tengo con quién celebrarlo.
     Y nos sentamos.
    
Acogiéndome, por primera vez, a la flexibilidad horaria en mi trabajo, me concedí unos minutos.
     No te conocía entonces. Te presentaste como cantante, me hiciste un esbozo de tu biografía, que estabas alojado en un hotel cercano, en la misma plaza de Conde de Casal, que tu representante había tenido un problema personal y tenías unas horas libres y vacías… “hasta que te he encontrado”,— eso me dijiste en aquel español preñado de cadencias extranjeras y fascinantes.
     Fui al lavabo una vez a ahuecarme mi pobre melena, a alisarme los tablones de la falda y a revisar que los dientes no estuvieran mancillados por algún rastro miserable y, cuando señalando el reloj te dije que tenía que irme, me cantaste, susurrando, un trocito de una canción que, con la magia del momento, olvidé. Me dí cuenta cuando llegué a la oficina, me senté con las piernas temblonas, dejé el bolso en el suelo y fui incapaz de recordar la melodía, la busqué en la memoria durante todo el día, como quien intenta recordar dónde ha dejado las llaves de la casa, o el monedero con todos los documentos importantes, pero no lo conseguí.
    
Meses más tarde la oí en unos grandes almacenes y me quedé parada, con unos pantalones en la mano, el corazón galopando y  el olor de la lluvia en todos los rincones de la boca.

     Me acompañaste hasta la puerta de la cafetería, había dejado de llover. No quise que me siguieras hasta la oficina y allí mismo nos despedimos.

     Al día siguiente me llamaste al trabajo y al descolgar el teléfono, una compañera me pasó la llamada, sólo tarareaste el comienzo de una canción “Algo de mí” antes de despedirte para siempre.
     La canción era de Camilo Sexto y nunca, nunca la he olvidado, como tampoco he conseguido olvidar, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, tus ojos alegres y buenos tan cerca de los míos cuando, al separarnos, nos besamos, en aquella acera mojada por la lluvia de la calle Doctor Esquerdo de Madrid, una mañana mágica del mes de Mayo. 



     No he podido ver el programa entero, he escuchado un par de canciones de tu próximo disco, lo compraré, lo escucharé y lo guardaré con todos los discos tuyos que he ido comprando a lo largo de los años, pero no he tenido fuerzas para seguir mirándote, comprender lo lejos que queda aquella mañana,  y adivinar cuántas gotas de lluvia han mojado nuestros labios desde entonces.

Eres como una espinita que se me ha clavado en el corazón.


(Para A. H. por los lazos eternos que genera una mirada en un cruce de caminos).

sábado, 2 de noviembre de 2013

Subconsciente.


Imagen tomada de la red.

     Alicia tiene 36 años, casada, tres hijos preciosos, una bonita casa y un perfecto matrimonio.
     Alicia es feliz, lo tiene todo.
     Bueno, como siempre tiene que faltar algo, como la palabra perfecto es una descarada utopía, lo que le falta a Alicia es su marido.
     Me explico: Domingo es viajante, se pasa largas temporadas fuera de casa y ella lo echa mucho de menos.
     En la urbanización donde viven tienen muy buenos amigos que ayudan a Alicia en todo lo que pueden cuando su marido está ausente.
     Nuestra protagonista es una mujer muy limpia y ordenada, le gusta tener su hogar perfecto. Pero ya advertí que la perfección no existe y, por eso, cuando Alicia descubrió aquella mañana una brecha en los azulejos de su cocina se puso de los nervios. ¡Y su marido en Francia!
     Acudió en su ayuda Tomás, el vecino del chalet de la izquierda según se mira desde la calle.
     Eran las once de la noche y su marido, como cada día, la llamó para preguntar por los niños, las novedades y para ratificar con claves secretas lo mucho que se querían.
     —¿Qué tal amor?— susurraba Domingo dulcemente.
     —Muy bien cariño, los niños ya están en la cama y a mí ya no me duele la cabeza. Pero hoy he descubierto en la cocina que tengo una raja y Tomás se ha ofrecido a tapármela. Ya ha terminado y estoy contentísima.
     Domingo iba a replicar pero había echado pocas monedas en el teléfono público del hotel y se cortó la comunicación.
     Los viajes de Domingo duraban veinte días, más o menos, y hacia la mitad Alicia ya se ponía nerviosa, con ganas de verle.
     Así que se ponía a limpiar, a colocar, a tener todo en orden, para no pensar, para que el tiempo pasara más rápido y para que cuando su marido volviera encontrara la casa muy acogedora.
     Y en esto estaba cuando, al intentar colgar un bonito cuadro en la pared del dormitorio con la Black&Decker, calculó mal el tamaño de la broca e hizo un agujero monumental.
     —¡Dios, qué horror!—, compraré cemento para taparlo, ¿o es yeso lo que hay que dar?
      Preguntó al jardinero que tenían en la urbanización para el mantenimiento de las parcelas y el muchacho prometió ir a echar un vistazo cuando acabara la jornada.
     Domingo, a las once en punto, como un novio quinceañero, llamó a su dulce mujercita para hablar con ella. Esta vez desde Amsterdam.
     — ¿Qué tal va todo?—le preguntó con interés.
     —Estupendamente cariño, todo va bien, Dieguito ha sacado un nueve en el examen de inglés, David ha ganado una copa en karate y a Patri ya le ha salido un diente. Están todos en la cama, dormiditos. Yo estoy aquí en el dormitorio con Carlos, el jardinero, que se ha ofrecido a taparme el agujero que tengo en… pi, pi, pi…
     —¡Maldita sea! Estos teléfonos del extranjero son una mierda— se lamentó Domingo. Se había chupado en un momento un montón de florines y no le había dado tiempo a acabar la conversación con su mujer, es que no la había entendido bien, ¿qué habría querido decir?
     Quedaban pocos días para el regreso de Domingo y Alicia estaba exultante. Se fue al mercado para hacer una buena compra y no tener que salir en todos los días que su marido estuviera en casa, pues tenían que aprovechar cada segundo para estar juntos.
     Pronto se iría otra vez de viaje.
     Primero paró en la charcutería, hizo acopio del jamón que le gustaba a su Domingo, del queso mantecoso con que acababa siempre la cena y de butifarra.
     También pidió cuarto de chorizo blanco, en rodajas, pero Alicia se percató, desesperada, de la pequeña pieza que el dependiente había cogido y, contrariada y nerviosa, le gritó:
     —¿Me va a tocar el culo?
     A Alicia le pareció que los charcuteros estaban contentos, no paraban de reírse esa mañana. Ella también estaba contenta y tenía prisa, así que pasó enseguida a comprar en la pollería de al lado. Pidió dos pollos de buen peso, especificando con claridad al pollero:
     —Me los hace trozos, pero no me toque la pechuga que a mi marido le gusta entera.
     También notó alegría en los dos chavales que despachaban y cuando les preguntó si tenían huevos gordos, las risas eran ya franco alboroto.
     Cómo se nota que es sábado y se preparan para la juerga, pensó nuestra amiga.
     En el puesto de la esquina le preguntó al carnicero si le quedaban criadillas.
     —Cada vez menos, hija, pero todavía me queda algo— le respondió, guiñándole el ojo a su ayudante.
     A continuación le pidió rabo, le haría a su marido unas buenas judías y el carnicero le aseguró, siempre sonriente, que de eso sí tenía bastante.
    
       Era un día de primavera cuando Domingo volvió de su viaje y, antes de llegar a su hogar, se pasó por el centro comercial donde su mujer solía ir y en la floristería compró un enorme ramo de rosas. Los comerciantes le saludaban y, conocedores de sus largas ausencias, le gastaban las consabidas bromas al respecto.
     Domingo salió del hipermercado pensativo por los jocosos comentarios y, al llegar a casa, cuando, después de un largo beso, su mujer, agradecida y oliendo con fruición el ramo, le comentó lo mucho que le gustaban los capullos, nuestro amigo ya tenía claro que, por una larga temporada, se dejaría de viajes.
     Su mujer era estupenda, su matrimonio modélico, pero a Alicia, a su querida Alicia, le estaba traicionando descaradamente el subconsciente.  Se cogería unas vacaciones. Tenía mucho que hacer en casa, había mucho trabajo atrasado.
     Empezaría esa misma noche.